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Lista de espera para un talento, un sueño y un reflejo

Siempre me he preguntado por qué hay tan pocos nombres femeninos, no sólo en la historia del arte antiguo (en este momento sólo se me ocurre el de Artemisia Gentileschi), sino también en la del arte moderno. Frida Khalo, Louise Bourgeois, Maruja Mallo, un siglo de arte moderno y tan pocos nombres de mujeres... y cuántos estúpidos machistas, que siempre se consideraron "vanguardistas", referidos a los pocos nombres femeninos que se "intrometían" en el panorama artístico internacional. Sólo el arte de los tres últimos decenios parece estar haciendo justicia de esta carencia.

Carmina, a pesar de su talento, no ha podido escapar a esta discriminación, de hecho pienso que no se trata de una vocación tardía, sino todo lo contrario. Lo que pasa es que a lo largo de su vida ha antepuesto siempre otros "deberes" a su vocación. Fue buena estudiante y luego profesora, se casó y renunció al trabajo para ser buena esposa, como natural consecuencia de esta condición, sobre todo "en sus tiempos". Cuando parecía que los hijos, al hacerse mayores, dejarían algo de espacio a sus inquietudes artísticas, aún le quedaban los cuatro abuelos que tenía también en su hogar. Así su altruismo y su paciencia encontraron otras razones para poner en lista de espera su talento artístico.

Pasaron los años, y lo demuestra más su dolor de espalda que su aspecto; los abuelos, como es natural, fueron muriendo, los hijos independizándose y, por fin encontró en su vida un poco de espacio para dar energía a un talento que llevaba años reclamando inútilmente su atención.

Quiso preparar conmigo el examen de ingreso a la facultad de Bellas Artes. Fue hace unos años, cuando se presentaban unos mil doscientos aspirantes y sólo aprobaban unos ciento ochenta, con la dificultad añadida de que si te examinabas por el cupo de licenciados, entonces las posibilidades de ser admitido se reducían al 1% de los aprobados. Carmina, al contrario de la mayoría de los licenciados, decidió apuntarse en esta categoría para, como decía ella, no quitar el puesto a algún joven que tenía más derecho que ella a desarrollar su talento y perseguir su sueño. Aprobó el examen.

Sus dotes de dibujante son excelentes ya que conseguía, en sólo ocho horas, interpretar cualquier estatua clásica combinando un extraordinaria precisión en el trazo, en la proporción y en los valores del claro-oscuro, con una ligereza y frescura del conjunto muy por encima de los sobados y relamidos dibujos académicos típicos del examen de ingreso en Bellas Artes.

Superada esta difícil prueba, que ella probablemente se impuso sólo para demostrar, a sí misma y al mundo, que podía y debía dedicarse a pintar, por fin Carmina se puso a pintar.

Ha elegido el paisaje urbano como tema predominante de su obra, aunque no faltan incursiones en el retrato o en el paisaje natural. Antonio López y Amalia Avia, por nombrar sólo a dos de los más destacados entre los muchos españoles que producen este tipo de imágenes, pueden parecer cita obligada para entender el trabajo de Carmina, aunque pienso que sus cuadros tienen una "frialdad" y una ausencia de textura o goteo de pintura, que los emparienta más con autores de la escuela hiperrealista americana como Richard Estes. Sobre todo por el protagonismo, como el mismo título de la exposición indica, de los reflejos y de los materiales, lisos y fríos como el cristal y el metal, que los generan. Carmina consigue que coexistan en la misma imagen la frialdad de los materiales de la ciudad moderna, el mundo mágico e inquietante de los reflejos distorsionados y una poética, no exenta de cierta tristeza, de la soledad y de lo ilusorio del calidoscopio que nos rodea.

M. Lanzillotta